domingo, 12 de abril de 2020

Asi esta el Mundo

TEMA CENTRAL
NUSO Nº 286 / MARZO - ABRIL 2020

¿Hacia dónde van los movimientos por la justicia climática?

Maristella Svampa

La irrupción de un activismo climático de matriz juvenil no solo
revitalizó el campo de acción, sino que abrió nuevas expectativas en
un contexto de renovada urgencia climática. Este movimiento no está
exento de riesgos –como su encierro en una dimensión
cultural-expresiva o la parálisis colapsista–, pero su persistencia
resulta clave en el contexto del fracaso sucesivo de las cumbres
climáticas globales.

El escenario actual presenta una profunda división. Por un lado, se
observa la convergencia entre un proceso de derechización política,
una preocupante ceguera ambiental y un peligroso deslizamiento
ideológico de amplios sectores subalternos, seducidos por el discurso
neofascista, que denuncian los resultados excluyentes de la
globalización neoliberal. Por otro lado, el deterioro ambiental y el
incremento exponencial de las catástrofes climáticas tienen su
correlato en el aumento de las acciones de protesta y en la emergencia
de nuevas organizaciones y colectivos, no pocos de ellos coordinados a
escala global, que denuncian la guerra contra la naturaleza y exigen a
las potencias mundiales y los decisores políticos cambios drásticos en
la política climática.

¿Qué alcance tienen estas movilizaciones globales en un contexto
planetario crecientemente autoritario y frente a un horizonte cada vez
más colapsista? ¿Cuáles son los reclamos y las consignas más
importantes de estos nuevos movimientos ciudadanos? ¿Estamos
asistiendo a la cristalización de una red de movimientos y acciones
que ilustran la potencial emergencia de una «sociedad en movimiento»?
¿Qué nuevos protagonismos conlleva la demanda de justicia climática?

En este artículo presentaré desde una perspectiva histórica la
conformación del espacio de la justicia climática. Mi tesis es que en
la actualidad existe un campo amplio y heteróclito de acción
atravesado por la problemática de la justicia climática, que ha sido
revitalizado por un protagonismo juvenil más radicalizado, al calor de
los negacionismos y los desastres ecológicos. Ese campo incluye:

- organizaciones de base (movimientos socioambientales locales y
culturales, ong ambientalistas, organizaciones de pueblos originarios,
entre otros);

- redes de organizaciones y movimientos sociales que nacen como
instancias de coordinación para la realización de acciones de protesta
puntuales y específicas, simultáneas en diferentes partes del mundo y
que interpelan a las elites políticas y económicas –sea en la
Organización Mundial del Comercio (omc), las Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop), el Foro de Davos o,
recientemente, las marchas globales por el clima–;

- protestas de jóvenes bajo la forma de «huelgas climáticas», tales
como las que promueven Fridays for Future (Viernes por el Futuro),
Extinction Rebellion (Rebelión contra la Extinción), Jóvenes por el
Clima, hasta aquellas movilizaciones espontáneas o acciones de
desobediencia civil que exigen cambios en las políticas climáticas y/o
denuncian la inacción de los respectivos gobiernos ante determinados
crímenes ambientales (incendios en la Amazonía y en Australia, etc.).

Partimos de la base de que es necesario tomar como unidad de análisis
las acciones colectivas de protesta y no solo las organizaciones. Como
sostiene el economista ecológico Joan Martínez Alier: «Para que haya
un movimiento, no hace falta una organización. Es erróneo buscar la
presencia del movimiento global de justicia ambiental en los
cambiantes nombres de las organizaciones más que en las acciones
locales, con sus formas diversas, y en sus expresiones culturales»1.

Las raíces de los movimientos

Durante mucho tiempo, en Occidente, la historia de las luchas y de las
formas de resistencia colectiva estuvo asociada a las estructuras
organizativas de la clase obrera, considerada como el actor
privilegiado del cambio histórico. La acción organizada de esta clase
era conceptualizada en términos de «movimiento social», en la medida
en que esta aparecía como el actor central y, potencialmente, como la
expresión privilegiada de una nueva alternativa societal, diferente
del modelo capitalista vigente. Sin embargo, a partir de 1960, la
multiplicación de las esferas de conflicto, los cambios en las clases
populares y la consiguiente pérdida de centralidad del conflicto
industrial pusieron de manifiesto la necesidad de ampliar las
definiciones y las categorías analíticas. Para dar cuenta de ello, se
instituyó la categoría –a la vez empírica y teórica– de «nuevos
movimientos sociales», a fin de caracterizar la acción de los
diferentes movimientos que expresaban una nueva politización de la
sociedad, mediante la puesta en público de temáticas y conflictos que
tradicionalmente se habían considerado propios del ámbito privado o
que aparecían naturalizados, asociados al desarrollo industrial.

En este marco fueron comprendidos los nacientes movimientos
ecologistas o ambientales que, junto con los movimientos feministas,
pacifistas y estudiantiles, ilustraban la emergencia de nuevas
coordenadas culturales y políticas. Los movimientos ecologistas y
pacifistas apuntaban sus críticas al productivismo, que alcanzaba
tanto al capitalismo como al socialismo de tipo soviético, al tiempo
que aparecían unificados detrás del cuestionamiento al uso de la
energía nuclear.

Así, los años 70 señalaron el ingreso de la cuestión ambiental en la
agenda global. Surgieron entonces instituciones internacionales y
nuevas plataformas de intervención –como el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (pnud)–, diferentes organizaciones de tipo
ecologista, los primeros partidos verdes (con el partido alemán como
modelo) y numerosas ong con tendencias y orígenes ideológicos muy
contrastantes, desde los más conservadores hasta los más radicales.

En los años 80 asistimos a una inflexión, asociada a la emergencia del
movimiento de justicia ambiental, nacido en Estados Unidos y vinculado
a las luchas de las comunidades afroamericanas, cuyos barrios eran los
más afectados por las actividades más contaminantes, como los
vertederos de residuos tóxicos y la instalación de ciertas industrias.
Se trata de un enfoque integral que, desde el origen, pone el acento
en la desigualdad de los costos ambientales, la falta de participación
y de democracia y el racismo ambiental, así como en la injusticia de
género y la deuda ecológica2.

Por su parte, en la misma época nacen las movilizaciones
socioambientales de los países del Sur. Martínez Alier3, quien estudió
los nuevos conflictos ambientales en los cinco continentes, bautizó a
estos movimientos como «ecología popular» o «ecología de los pobres».
Con esto se refería a una corriente que crecía en importancia y
colocaba el énfasis en los conflictos ambientales, que en diversos
niveles (local, nacional, global) son causados por la reproducción
globalizada del capital, la nueva división internacional y territorial
del trabajo y la desigualdad social. La desigual división del trabajo,
que repercute en la distribución de los conflictos ambientales,
perjudica sobre todo a las poblaciones pobres y que presentan mayor
vulnerabilidad. Asimismo, Martínez Alier afirmaba que en muchos
conflictos ambientales los pobres se alinean junto a la preservación
de los recursos naturales no por convicción ecologista, sino con el
fin de preservar su forma de vida.

Por otro lado, en 1999, asomaron a la escena pública global los
movimientos antiglobalización, tras la batalla de Seattle, cuando
lograron interrumpir la reunión de la omc. De la mano de una narrativa
que cuestiona la globalización neoliberal y responsabiliza al
capitalismo por la degradación social y ambiental, los movimientos y
organizaciones ambientales se propusieron interpelar a las
instituciones internacionales que regulan el capitalismo en el mundo.

Así, el movimiento por la justicia climática es el heredero natural de
estas tres corrientes mayores. Nació de la mano de las ong más
pequeñas, que buscaban reapropiarse críticamente de este concepto,
recuperando su dimensión más confrontativa e integral. Solo en 2009,
tras el fracaso de la cop de Copenhague, la apelación a la justicia
climática iba a encontrar una traducción en términos de movimiento
global de carácter más radical, con eje en la crítica al capitalismo y
con la transición energética como horizonte.

El concepto de «justicia climática» fue introducido en 1999 por el
grupo Corporate Watch (activos miembros del movimiento de justicia
ambiental), con sede en San Francisco, y proponía abordar las causas
del calentamiento global, pedir cuentas a las corporaciones
responsables de las emisiones (las empresas petroleras) y plantear la
necesidad de la transición energética. Aunque los principios fueron
establecidos en Bali (International Climate Justice Network, 2002), la
nueva agenda ambiental fue presentada en sociedad en varias reuniones,
una de ellas en la sede de Chevron Oil en San Francisco.

En tanto concepto totalizador, este apunta a retomar la visión
integral de la justicia ambiental, nacida en los barrios
afroamericanos en eeuu donde se denunciaba el racismo ambiental, así
como la dimensión social más presente en la llamada ecología de los
pobres, asociada a las resistencias territoriales de los países del
Sur global. Desde esta perspectiva, la justicia climática «exige que
las políticas públicas estén basadas en el respeto mutuo y en la
justicia para todos los pueblos», además de «una valorización de las
diversas perspectivas culturales»4. Aunque hay interpretaciones
diversas, plantea no solo una política de equidad sino también una de
reconocimiento y participación política de los sectores afectados.

En términos organizacionales, los movimientos por la justicia
climática comparten el ethos propio de los movimientos
alterglobalización: la acción directa y lo público, la vocación nómada
por el cruce social y la multipertenencia, las redes de solidaridad y
los grupos de afinidad aparecen así como piedras de toque en el
proceso siempre fluido y constante de construcción de la identidad.

El escenario de las cop

En la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, se firmaron
instrumentos como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático (cmnucc) y el Convenio sobre la Diversidad Biológica
(cdb). Al mismo tiempo, se iniciaron negociaciones con miras a una
Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación.
Dos años después, en 1994, la cmnucc entró en vigor y en 1995 se
celebró la Primera Conferencia de las Partes (cop). La cop nacería así
como el órgano supremo de la Convención y la asociación de todos los
países que son firmantes de ella («las partes»), cuyo objetivo es la
estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero
en la atmósfera, a fin de impedir riesgos en el sistema climático. En
las reuniones anuales participarían expertos en medio ambiente,
ministros, jefes de Estado y ong.

Desde 1995 hasta 2019 se realizaron 25 cop. Tal como afirmara Antonio
Brailovsksy, uno de los ecologistas pioneros en Argentina, poco antes
de que arrancara la última cop, en Madrid,

El solo hecho de que haya una reunión número 25 para discutir los
problemas del clima quiere decir que se han reunido 24 veces y han
fracasado en llegar a un acuerdo que funcione. Siempre prometen algo y
luego no lo cumplen. De modo que tenemos 24 ejemplos de fracaso de
cumbres del clima en las que dijeron un montón de cosas y no
cumplieron ninguna. Por lo tanto, no veo razones para pensar que esta
vez sea diferente.5

Una de las más esperanzadoras fue la cop3, realizada en Japón, en la
cual, tras intensas negociaciones, se firmó el Protocolo de Kioto.
Este instrumento, junto con el Protocolo de Montreal (de 1987, sobre
protección de la capa de ozono), se constituyó en uno de los dos
documentos más importantes de la humanidad hasta ese momento para
regular las actividades antropogénicas. Así, se establecieron
objetivos vinculantes para 37 países industrializados, que debían
reducir entre 2008 –su entrada en vigor– y 2012 –su cumplimiento– 5%
de sus emisiones de gases de efecto invernadero respecto del nivel de
19906.

El Protocolo de Kioto se convirtió en legalmente vinculante para 30
países industrializados, algunos de los cuales fueron de hecho
reduciendo sus emisiones respecto de 1990. Por su parte, los llamados
países en desarrollo, como China, la India y Brasil, aceptaron asumir
sus responsabilidades pero sin incluir objetivos de reducción de
emisiones. Rusia ratificó el protocolo en 2005, por lo cual la cop de
Montreal fue la primera en la que el pacto entró en vigor. Pero sin el
compromiso de eeuu, país responsable de un tercio de las emisiones
mundiales y que se retiró en 2001, durante la era de George W. Bush, y
con el aumento de las emisiones por parte de países emergentes como la
India y China, el protocolo perdería mucha de su eficacia ambiental.
Asimismo, este se vio minado por la introducción de mecanismos y vías
que hicieron posible que los países industrializados pudieran
apuntarse reducciones que no se realizan en su territorio, los
llamados «mecanismos de flexibilidad», como el comercio de emisiones
(la compra directa de cuotas de dióxido de carbono), y otros que
significan inversiones en terceros países para que estos emitan menos,
como el mecanismo de desarrollo limpio y la aplicación conjunta.

Mientras tanto, la participación de la sociedad civil en las cop,
visible en un arco amplio de movimientos ecologistas y ong
ambientalistas de proyección internacional, se hacía cada vez mayor
(en el caso latinoamericano se conformaron las Cumbres de los
Pueblos). En 2005, asistieron a la cop11 de Montreal unos 10.000
participantes. En 2007, marcado por la acción global y en tanto
«movimiento de movimientos», un ecologismo cada vez más activo fue
confluyendo en la conformación de Climate Justice Now (Justicia
Climática Ahora), que reunió a las principales organizaciones7.

Pese a las expectativas, la cop15, que se llevó a cabo en Copenhague
en 2009, desembocó en un gran fracaso. Se aprobó un texto elaborado
por unos pocos países (eeuu, China y otros emergentes), el cual,
además de su total falta de transparencia, se convirtió en una mera
declaración de intenciones, pues a diferencia del Protocolo de Kioto
carecía de los compromisos de reducción de emisiones necesarios para
evitar el calentamiento global, aun si promovía la creación de un
fondo verde. Asimismo, las tensiones vividas dentro y fuera de la
cumbre pusieron de manifiesto el cambio de fuerzas en términos
geopolíticos: el rol de China, principal país emisor de gases de
efecto invernadero junto con eeuu, era toda una señal de cuánto habían
cambiado los tiempos entre 1997 (año de la firma del Protocolo de
Kioto) y 20098.

Copenhague significó el cierre de un ciclo para no pocos movimientos
sociales y ong que fueron excluidos de la cumbre y encabezarían una
enorme movilización que sitió la capital nórdica. Como afirmó el
fundador de Ecologistas en Acción, Ramón Fernández Durán, el broche de
oro fue la represión policial a la movilización, pues mostró que «el
ojo público ciudadano ya no era bienvenido en un encuentro vacío de
contenido y secuestrado por los poderosos»9. En consecuencia, hubo un
distanciamiento de los grupos más críticos, que concluyeron que no era
posible enfrentar el cambio climático sin cuestionar el capitalismo
global. De ahí en más, el movimiento adoptaría la consigna «Cambiar el
sistema, no el clima».

Por otra parte, como respuesta al fracaso de Copenhague, los países
del llamado «eje bolivariano», liderado por Bolivia, llamaron a una
contracumbre de carácter rupturista en Tiquipaya, a 30 kilómetros de
Cochabamba, que tomaría el nombre de Conferencia Mundial de los
Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra.
Esta cumbre se realizó en 2010 y reunió a más de 30.000 personas de
140 países. La ambiciosa iniciativa10 denunció la responsabilidad del
capitalismo en el deterioro del ambiente y la deuda ecológica, a la
vez que buscó colocar en agenda los derechos de la naturaleza y el
«vivir bien». Sin embargo, la iniciativa del gobierno boliviano tuvo
patas cortas. Un año después, la propuesta no fue contemplada en la
cop de Cancún; los movimientos sociales que cuestionaban la cumbre
fueron mantenidos lejos del recinto oficial y Bolivia quedó en soledad
a la hora de las votaciones. Asimismo, el Fondo Verde, orientado a
mitigar los impactos del cambio climático, quedó bajo la supervisión
del Banco Mundial.

Como corolario, la promesa ecologista de Evo Morales y la narrativa de
respeto de los derechos de la Madre Tierra se iban a ver desmentidas
en su propio territorio, ante el avance de proyectos de carácter
extractivo y la expansión de la frontera agropecuaria. La retórica
oficialista se reveló falsa e inconsistente, sobre todo luego del
conflicto por el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure
(tipnis), en 2011, que enfrentó al gobierno boliviano con varias
comunidades indígenas y puso al descubierto el doble discurso oficial,
que dio paso a una abierta política extractivista, sumamente
descalificatoria y criminalizadora en relación con los ambientalismos
críticos de ese país11.

Los movimientos por la justicia ambiental y climática se fueron
organizando en torno de acciones y redes de protesta, lo cual fue
diseñando, como sostiene Martínez Alier, una nueva cartografía de
territorios en resistencia, que –siguiendo a Naomi Klein–, denominaría
«Blockadia»12. El mapa releva las acciones colectivas y estrategias
diversas de confrontación contra la expansión territorial del capital,
que incluyen desde movilizaciones y bloqueo de rutas y calles hasta la
ocupación de territorios y otras formas de resistencia civil. En
América Latina son sobre todo las luchas contra el neoextractivismo
las que liderarán los movimientos por la justicia ambiental, en sus
diversas modalidades: lucha contra la expansión de las fronteras
hidrocarburífera, minera y agropecuaria, biocombustibles,
megarrepresas y también pasivos ambientales y expansión de zonas de
sacrificio. En América del Norte, serán las acciones de protesta
contra los conductos que transportan el gas del fracking y atraviesan
territorios indígenas (por ejemplo, contra el Dakota Access Pipeline).
En Europa, hay que incluir la lucha contra las minas de carbón (como
en Alemania) y contra el fracking (Francia, Bulgaria, Inglaterra), así
como las diferentes acciones de bloqueo contra el transporte de
combustibles fósiles. En los últimos tiempos, tomarán protagonismo las
marchas globales por el clima.

Las marchas globales por el clima

En eeuu, el catalizador del movimiento por la justicia climática fue,
una vez más, la denuncia del racismo ambiental, que tuvo su vuelta de
tuerca en 2005, cuando el huracán Katrina arrasó con las comunidades
más pobres de origen afroestadounidense de Nueva Orleans y dejó al
descubierto las tremendas inequidades existentes nada menos que en el
país más rico del planeta. En 2012, el paso por Nueva York de otro
huracán, el Sandy, produjo 285 muertos y 75.000 millones de dólares en
daños y también fue generando un cambio cultural. Los apagones
afectaron a más de dos millones de personas. Mientras las oficinas
centrales de Goldman Sachs en Manhattan estaban iluminadas y Wall
Street pudo amortiguar los peores efectos utilizando generadores
propios, los pobres y menos poderosos quedaron atrapados en el sistema
de desigualdad, sin amparo alguno del Estado13.

Dos años después, el 21 de septiembre de 2014, Nueva York recibió la
Marcha de los Pueblos, en la cual unas 400.000 personas se
manifestaron exigiendo políticas activas contra el cambio climático.
Entre las consignas podía leerse «No hay planeta b», «Los bosques no
están a la venta», «No al fracking», «No se puede detener el cambio
climático si no se detiene la maquinaria de guerra de eeuu»14. En
otras 166 ciudades del mundo también se llevaron a cabo actos y
movilizaciones contra el cambio climático. La marcha, de carácter más
expresivo y festivo que confrontacional15, se realizó antes de la
Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Clima, en busca de llegar a un
acuerdo para la cop21, con la expectativas puestas en la cop de París,
que se realizaría un año después, en 2015.

En 2015 se firmó el Acuerdo de París, en el marco de la cop21. Pese a
los aplausos, este acuerdo presenta enormes falencias y debilidades.
Pronto se detectó en el documento final que no aparecían palabras
claves como «combustibles fósiles», «petróleo» y «carbón», al tiempo
que la deuda climática del Norte hacia el Sur brillaba por su
ausencia. Se suprimieron también las referencias a los derechos
humanos y de las poblaciones indígenas, que fueron trasladadas al
preámbulo. Además, todavía debía pasar un tiempo para que este acuerdo
entrara en vigor: solo en 2020, y la primera revisión de resultados
está prevista para 2023. Incluso, podría decirse que respecto de
acuerdos anteriores implicó un retroceso, dado que el cumplimiento de
lo pactado y la forma de implementación –reducción de emisiones de
dióxido de carbono, a fin de que el aumento de la temperatura media no
sobrepase los 2 ºC– son voluntarios y dependen de cada país. Tampoco
hubo planteamientos concretos tendientes a combatir los subsidios que
alientan el uso de los combustibles o para dejar en el subsuelo 80% de
todas las reservas conocidas de esos combustibles, como recomienda
incluso la Agencia Internacional de la Energía, entidad que no se
caracteriza por ser ecologista. No se cuestiona el crecimiento
económico y mucho menos se pone en entredicho el sistema del comercio
mundial. Sectores altamente contaminantes, como la aviación civil y el
transporte marítimo, que acumulan cerca de 10% de las emisiones
mundiales, quedaron exentos de todo compromiso, entre otros tópicos16.

La no obligatoriedad del acuerdo y las manifiestas omisiones dejaron
un gusto amargo en los miles y miles de activistas climáticos que se
trasladaron desde Bourget hasta París para manifestarse en distintos
puntos de una ciudad vallada en sus puntos estratégicos. Grupos de la
sociedad civil entregaron tulipanes rojos para representar las líneas
rojas que, supuestamente, no deben cruzarse, y buscaban realizar un
mitin bajo el Arco de Triunfo. La apelación a la justicia climática
fue la consigna común. Naomi Klein fue la estrella indiscutible en
París, no solo por sus críticas al capitalismo neoliberal como
responsable del calentamiento del planeta sino también por su
propuesta de multiplicar las resistencias y ocupaciones organizando
«Blockadia» para transformar la sociedad17.

En 2017, el Acuerdo de París fue ratificado por 171 países de los 195
participantes; sin embargo, y pese a la gravedad de la crisis
climática, continúa siendo una declaración de buenas intenciones, pues
no establece compromisos concretos o verificables. Con este acuerdo se
abren aún más las puertas para impulsar falsas soluciones en el marco
de la «economía verde», que se sustenta en la continua e incluso
ampliada mercantilización de la naturaleza. Con el fin de lograr un
equilibrio de las emisiones antropogénicas, los países podrán
compensar sus emisiones mediante mecanismos de mercado que involucren
bosques u océanos; o alentar la geoingeniería, los métodos de captura
y almacenaje de carbono, entre otros. Para financiar todos estos
esfuerzos, se establece un fondo de 100.000 millones de dólares
anuales a partir de 2020, al que buscan «postularse» no pocos países
periféricos.

Como era de prever, la cop25, realizada en diciembre de 2019, concluyó
en un nuevo fracaso. Recordemos que esta se llevó a cabo en Madrid, y
no en la sede originalmente prevista, la ciudad de Santiago de Chile,
debido a las protestas sociales que sacuden a ese país. La cumbre fue
peor de lo esperado: no arribó a ningún consenso y tuvo que aplazarse
de nuevo el desarrollo del artículo del Acuerdo de París referido a
los mercados de dióxido de carbono.

La potencia de la juventud

En 1988, la portada de la revista Times mostraba un globo terráqueo
ligado con varias vueltas de cordel y un rojizo atardecer como fondo,
bajo el sugestivo título «Planeta del año: la Tierra en peligro de
extinción». Treinta y un años después, en diciembre de 2019, la tapa
de la revista muestra a la joven sueca Greta Thunberg, designada como
«el personaje del año», con el subtítulo «El poder de la juventud».

Ciertamente, aunque en términos de resultados nada cambió de París a
Madrid, en términos de activismo climático hubo una inflexión,
vinculada a la irrupción de la juventud, que asumió el protagonismo
del movimiento por la justicia climática. Más aún: si en 2015, en
París, la gran estrella de la contracumbre fue Klein, quien acababa de
publicar su libro Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el
clima18, en Madrid, en diciembre de 2019, la figura insoslayable fue
Thunberg, de apenas 16 años, quien dos años atrás inició una verdadera
cruzada para combatir el cambio climático.

En agosto de 2018, luego de varias olas de calor e incendios
forestales que convirtieron el apacible verano sueco en un verdadero
infierno, una adolescente de ese país, de aspecto frágil, lanzó la
primera «huelga estudiantil por el clima». Con apenas 14 años y
afectada por el síndrome de Asperger, Thunberg dejó de ir a la escuela
los días viernes para plantarse frente al Parlamento sueco y denunciar
los riesgos de la inacción de las elites políticas y económicas frente
al acelerado cambio climático. Su perseverancia, su obstinación y la
impactante crudeza de sus declaraciones la harían célebre en muy poco
tiempo. El dramático llamado a la acción dio la vuelta el mundo y
encontró un eco favorable en miles y miles de adolescentes y jóvenes,
que originaron el movimiento Fridays for Future, entre muchos otros
que catapultarían a la juventud a la cabeza del movimiento global por
la justicia climática.

El «efecto Greta» se tradujo en el lanzamiento de las huelgas globales
contra el cambio climático, cuyo impacto y masividad sorprenderían a
propios y extraños. Tanto es así que, durante la segunda huelga
global, el 15 de marzo de 2019, más de 1,4 millones de jóvenes se
manifestaron en 125 países y 2.083 ciudades. En la tercera, el 20 de
septiembre de ese mismo año, fueron cuatro millones en 163 países,
sumando jóvenes de todo el mundo, entre ciudades del Norte y del Sur.
Su llamado y, por extensión, la acción de los nuevos movimientos por
la justicia climática pusieron en evidencia el fracaso de aquellos
grandes objetivos que se había trazado la humanidad medio siglo atrás,
al inaugurar el tiempo de las cumbres climáticas globales: en primer
lugar, el del llamado «desarrollo sustentable» o «sostenible» como
nuevo paradigma, vaciado de todo contenido transformador y sacrificado
en el altar del capitalismo y el libre mercado. En segundo lugar, el
quiebre del pacto intergeneracional que, desde la época de las
primeras cumbres, buscaba garantizar la equidad a las futuras
generaciones, el derecho a una herencia adecuada que les permitiera un
nivel de vida no menor al de la generación actual.

Las palabras de Thunberg están atravesadas por una fuerza dramática
inusual, en sintonía con la gravedad de la hora. «No quiero que tengas
esperanza, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo
que yo siento todos los días y luego quiero que actúes», dijó la joven
frente a los líderes del Foro Económico Mundial, en Davos, en enero de
2019. Y en septiembre del mismo año, en el marco de la Cumbre de
Acción Climática de la onu, lanzó:

Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí arriba. Debería estar de
vuelta en la escuela, al otro lado del océano. Sin embargo, ¿ustedes
vienen a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza? ¿Cómo se
atreven?Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único
que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento
económico eterno. ¿Cómo se atreven? (...) Me han robado mis sueños y
mi infancia con sus palabras vacías. Y, sin embargo, soy de los
afortunados.

En su paso por la cop25, en Madrid, la joven sueca se rodeó de
activistas, sobre todo indígenas, y de científicos, estudiosos del
cambio climático. A la hora de hablar ante los políticos y
observadores tradicionales, cambió de estrategia y evitó la emoción y
las frases de impacto para apelar a los datos científicos sobre la
situación del clima. Su lema fue, más que nunca: «Escuchen a los
científicos».

Al calor de la acción de esta nueva guerrera del Antropoceno, durante
2019 nacieron colectivos y organizaciones juveniles en todo el mundo
que se proponen incidir sobre los decisores políticos y las políticas
climáticas globales. Casos emblemáticos son Jóvenes por el Clima,
Fridays for Future, Extinction Rebellion y Alianza por el Clima;
colectivos y redes diseminados en diferentes países cuyo ingreso
súbito a la arena política global ha tenido grandes repercusiones.

Por ejemplo, en Argentina, Jóvenes por el Clima nació con el propósito
de organizar la versión local de la Marcha Mundial por el clima, en
marzo de 2019. El crecimiento de esta organización, compuesta por
jóvenes de entre 16 y 20 años, fue explosivo. Solo seis meses después
uno de sus referentes, Bruno Rodríguez, fue seleccionado entre muchos
otros e invitado a Nueva York para hablar junto a Thunberg en la
Cumbre de Jóvenes por el Clima19. Hoy este colectivo afirma que su
objetivo es «promover un ambientalismo popular, latinoamericanista y
combativo».

Por su parte, también Extinction Rebellion presenta una trayectoria
vertiginosa y fulgurante. La agrupación nació en Gran Bretaña, donde
en abril de 2019 ocupó y bloqueó durante una semana cinco puntos
claves de Londres para llamar la atención sobre el calentamiento
global y los riesgos que esto implica20. Hoy Extinction Rebellion se
encuentra diseminada en diferentes países. En su muro de Facebook, la
sección argentina de la organización, que también busca conectar
justicia climática con luchas contra el neoextractivismo, afirma:

Estamos ante una crisis climática y ecológica sin precedentes; la
primera aniquilación de especies de la historia planetaria ya está
ocurriendo y la extinción humana es un riesgo real. Tenemos muy poco
tiempo para actuar y evitar el colapso: en menos de 10 años debemos
transformar nuestro sistema de producción y consumo por completo. La
negligencia pasiva de nuestros gobiernos los convierte en cómplice
criminal, por lo que es nuestro derecho y deber actuar escuchando a la
ciencia y rebelarnos mediante la desobediencia civil pacífica.

Ciertamente, pese a la desconfianza inicial por parte de las
organizaciones socioambientales hace tiempo instaladas, los lazos de
los jóvenes con las asambleas y colectivos antiextractivistas, así
como con las organizaciones indígenas, son prometedores. El diálogo
intergeneracional deviene imprescindible, así como la comprensión
acerca de la articulación necesaria entre la escala global y sus
expresiones locales y territoriales. Más aún, en provincias como
Mendoza, en Argentina, casi no hay distancia entre las potentes luchas
contra la megaminería y el fracking y las nuevas organizaciones
juveniles. La ampliación del campo de batalla plantea la existencia de
un espacio plural donde se cruzan organizaciones con historias y
acumulaciones diversas, y deja en claro que las luchas en defensa del
planeta adoptan una carnadura local y territorial polifacética, pero
cada vez más radical, que ya no puede ser ignorada.

Con la casa en llamas…

Sin duda, la emergencia de un joven activismo climático no solo
revitalizó el campo de acción, sino que abrió nuevas expectativas en
las que convergen diferentes apelaciones y versiones del Green New
Deal (Nuevo Pacto Verde) global, desde la mencionada Klein y Bernie
Sanders hasta Jeremy Rifkin.

Claro es que el nuevo campo está cruzado por innumerables acechanzas.
Una de ellas es que, pese a la masividad y el corte transversal, las
acciones colectivas se agoten en la dimensión cultural-expresiva o
incluso, ante los fracasos de las cumbres globales, que naufraguen en
una suerte de impotencia o parálisis colapsista. Algo así parece
suceder cada año con las cop pues, aunque estas forman parte –como ya
señalamos– de una crónica de un fracaso anunciado, todavía continúan
suscitando expectativas entre las filas de numerosos activistas y
organizaciones ambientales, que se desplazan en masa de un continente
al otro para tratar de influir en las negociaciones globales.

Los movimientos por la justicia ambiental y climática son hijos de los
movimientos ecologistas de los años 80 pero, sobre todo, en su
versiones más recientes, pensados como «campo de acción», son
movimientos y colectivos encabezados cada vez más por jóvenes mujeres
y varones del Antropoceno, comprometidos en la lucha contra todo tipo
de desigualdad, lo que incluye el rechazo a diversas formas de
dominación neocolonial, racista y patriarcal, tal como lo fuera Occupy
Wall Street y como continúan siéndolo las luchas contra las diferentes
formas de neoextractivismo y, sobre todo, como lo son las masivas
movilizaciones feministas que hoy recorren el planeta.

En su fuero interno, no pocos jóvenes apuntan a lograr la masividad y
el carácter transversal que recientemente ha asumido el potente
movimiento feminista a escala global. Sin embargo, pese a que a través
de sus acciones los jóvenes han impulsado un fenómeno de viralización
de la crisis climática como problemática mayor, todavía no se ha
producido un proceso de liberación cognitiva masivo, esto es, de
transformación de la conciencia, vinculada al daño moral y a las
expectativas de éxito, proceso que puede activar el pasaje del
movimiento social a la «sociedad en movimiento». Por el momento, en
tanto «movimiento de movimientos», el campo de la justicia climática
presenta formas plurales, que se traducen en diferentes niveles de
involucramiento y acción, que van desde grandes y pequeñas
organizaciones que desarrollan una persistente tarea militante y
registran continuidad en el tiempo, hasta otras, más fluidas y
transitorias, que se cristalizan en redes o alianzas fugaces, pues
surgen con el objetivo de realizar una determinada acción y se
disuelven luego de ella misma, o bien quedan en estado de latencia.

Mientras tanto, los tiempos se van acortando de modo indefectible.
Como expresa una carta firmada por más de 11.000 científicos de todo
el mundo, «la crisis climática ha llegado y se está acelerando más
rápido de lo que la mayoría de los científicos esperaban. Es más
severo de lo previsto, amenaza los ecosistemas naturales y el destino
de la humanidad». Los desafíos requieren audacia y severidad, pues
«las reacciones en cadena climática pueden causar alteraciones
significativas en los ecosistemas, las sociedades y las economías que
podrían hacer que grandes áreas de la tierra se vuelvan
inhabitables»21. Una solución urgente exige no solo la reducción
drástica de gases de efecto invernadero sino también una disminución
en el metabolismo social, lo cual implicaría menos consumo de materia
y energía que el actual.

En suma, la radicalidad en las posiciones y demandas que se requiere
para transitar la crisis socioecológica sin enormes costos humanos y
no humanos es tal, que ya no basta con coloridas movilizaciones
globales que desde abajo ilustran las dimensiones más expresivas de la
lucha, ni tampoco con la acción de grupos de presión que, en sus
recorridos por los pasillos del poder, terminan por legitimar tibias
reformas que priorizan las leyes del mercado (bonos de carbono, entre
otros). Se requiere de una acción más rupturista, más confrontativa
con el poder global y sus expresiones locales y territoriales, si es
que verdaderamente se apuesta a que las decisiones del planeta y de la
humanidad no continúen secuestradas por una elite política y económica
que, en nombre del capital y del progreso, destruye el tejido mismo de
la vida.


Nota: las ideas expuestas en este texto forman parte del libro Una
brújula en tiempos de crisis climática. Por qué debemos salir de los
modelos de mal desarrollo (en coautoría con Enrique Viale), de próxima
publicación por Siglo Veintiuno.

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¿Por qué protesta tanta gente a la vez?

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Una experiencia de cartografía colaborativa
El Atlas de Justicia Ambiental

Joan Martínez Alier

1.

Ver J. Martínez Alier: «Una experiencia de cartografía colaborativa.
El Atlas de Justicia Ambiental» en este número de Nueva Sociedad.

2.

Sobre el tema, v. Henri Acselrad: «Movimiento de justicia ambiental.
Estrategia argumentativa y fuerza simbólica» en Jorge Riechmann
(coord.): Ética ecológica. Propuestas para la reorientación, Nordman,
Montevideo, 2004.

3.

J. Martínez Alier: El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales
y lenguajes de valoración, Icaria, Barcelona, 2005.

4.

David Schlosberg: «Justicia ambiental y climática: de la equidad al
funcionamiento comunitario» en Ecología Política, 18/6/2011.

5.

Mario Hernández: «Si hay una cop25 quiere decir que se han reunido 24
veces y han fracasado», entrevista a A. Brailovsky en Rebelión,
30/11/2019.

6.

Ricardo Estévez: «¿Conoces en qué consiste el ghg Protocol?» en
Ecointeligencia, 20/5/2013.

7.

«Principios» en Clima Justice Now,
https://climatejusticenow.org/sobre-cjn/principios/.

8.

Tom Kucharz: «La justicia climática como reto social y político» en
Ecologistas en Acción, 18/4/2010.

9.

Ramón Fernández Durán: «Fin del Cambio Climático como vía para 'Salvar
todos juntos el Planeta'» en Ciudades para un Futuro más Sostenible,
2010.

10.

Esta fue promovida por el ambientalista Pablo Solón, en ese entonces
embajador de Bolivia ante la ONU.

11.

Abordamos el tema en M. Svampa: Debates latinoamericanos. Indianismo,
desarrollo, dependencia y populismo, Edhasa, Buenos Aires, 2016.

12.

J. Martínez Alier, Alice Owen, Brototi Roy, Daniela del Bene y Daria
Rivin: «Blockadia: movimientos de base contra los combustibles fósiles
y a favor de la justicia climática» en Anuario Internacional CIDOB
2018, 7/2018. V. la referencia al ejatlas en este número de Nueva
Sociedad.

13.

Geoff Mann y Joel Wainwright: Leviatán climático. Una teoría sobre
nuestro futuro planetario, Bilioteca Nueva, Madrid, 2018, p. 278.

14.

Gloria Grinberg: «'Marcha de los pueblos' contra el cambio climático
en Nueva York» en La Izquierda Diario, 23/9/2014.

15.

G. Mann y J. Wainwright: ob. cit., p. 280.

16.

Retomamos la síntesis de Alberto Acosta y E. Viale: «Sin paz con la
Tierra, no habrá paz sobre la Tierra» en Rebelión, 16/12/2005.

17.

G. Mann y J. Wainwright: ob. cit., p. 296.

18.

Paidós, Madrid, 2015.

19.

Julián Reingold: «Aclimatando las paso: la juventud que empuja la
causa climático-ambiental desde las calles a los palacios del poder»
en Infobae, 6/8/2019. En rigor, fueron dos los jóvenes invitados desde
Argentina, uno por Jóvenes por el Clima y otro por la ONG Ecohouse.

20.

«breaking: Extinction Rebellion - The World has Changed», 24/4/2019,
https://rebellion.earth/2019/04/24/breaking-extinction-rebellion-the-world-has-changed/.

21.

Roberto Andrés: «Once mil científicos del mundo: 'El planeta Tierra se
enfrenta a una emergencia climática'» en La Izquierda Diario,
12/11/2019.


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Nuevo Orden Mundial

OPINIÓN
OCTUBRE 2009

La difícil construcción de un nuevo orden mundial

Luis Tonelli

Tarde o temprano, y del modo que sea, las instituciones terminan por
reflejar los cambios en el paralelogramo del poder real. Es lo que
sucede hoy en los organismos internacionales: el debate y las
transformaciones en curso reconocen el ascenso de nuevas potencias
económicas y políticas, y este reconocimiento se ha hecho explícito
durante la cumbre del G-20 realizada en Pittsburgh el 24 y 25 de
septiembre pasados.

Tarde o temprano, y del modo que sea, las instituciones terminan por
reflejar los cambios en el paralelogramo del poder real. Es lo que
sucede hoy en los organismos internacionales: el debate y las
transformaciones en curso reconocen el ascenso de nuevas potencias
económicas y políticas, y este reconocimiento se ha hecho explícito
durante la cumbre del G-20 realizada en Pittsburgh el 24 y 25 de
septiembre pasados. Entre las decisiones más importantes tomadas en
esta reunión aparece la de constituir al G-20 en el foro principal
para la cooperación económica. De este modo, el viejo G-8 (conformado
por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino
Unido y Rusia) es reemplazado por un grupo que además admite a
Australia, China, la India, Indonesia, Corea, Sudáfrica, Turquía y, de
nuestra región, a Brasil, México y Argentina. También se suma un
representante de la Unión Europea en su conjunto. El G-20 nació por
impulso de los países del G-7 el 25 de septiembre de 1999 "como un
grupo integrado por los ministros de Finanzas de sus países
integrantes para el diálogo informal que lleve a un crecimiento global
estable". Sin embargo, su crecimiento en importancia relativa como
foro se iniciaría en noviembre de 2008, cuando fue convocado en
Washington como una reunión de jefes de Estado para coordinar las
decisiones tendientes a enfrentar la gravísima crisis económica global
desatada meses antes, por iniciativa de los primeros mandatarios de
Francia y Reino Unido, Nicolas Sarkozy y Gordon Brown. El estallido de
la burbuja de los créditos subprime, la caída de gigantes financieros
en Estados Unidos y la sombra de una recesión en avance sobre la
economía mundial presagiaban el advenimiento de una nueva
reestructuración del sistema financiero internacional, similar a la
que tuvo lugar en Bretton Woods. Lo que parecía quedar en duda era el
mantenimiento de una economía mundial con un crecimiento alimentado
por los cada vez mayores déficits de Estados Unidos, cubiertos por las
compras de dólares y activos en dólares realizadas especialmente
mediante el ahorro de los países asiáticos. Así, se tambaleaba toda la
arquitectura de la globalización neoliberal basada en el enorme
impulso a la inversión que fomentó el gran salto productivo de la
revolución de las comunicaciones. Ese turbocapitalismo generó en los
países centrales, y especialmente en Estados Unidos, una demanda cada
vez mayor de productos provistos por los países asiáticos a precios
bajos –que ayudarían a mantener a raya la inflación de las economías
centrales–. El salto en la producción resultó también en una creciente
sed de energía y commodities alimenticios. El crecimiento de una clase
media en gigantes demográficos como China y la India estuvo acompañado
de un aumento en el consumo de proteínas animales y,
proporcionalmente, de la necesidad de alimento para el ganado, en
especial soja, con la consecuente expansión de ese cultivo en países
como Brasil y Argentina. En esos años, se pensaba que el peligro de
crisis sistémicas como la de 1930 se había alejado para siempre,
gracias a los incrementos de productividad y a la muñeca sabia y
prudente de la Reserva Federal. El hecho clave de la crisis ha sido,
en palabras de Daniel Heymann y Adrián Ramos, que no fue disparada por
una reticencia del resto del mundo a seguir financiando a Estados
Unidos (por el contrario, la demanda de deuda pública estadounidense
siguió sostenida), sino que, más bien, "el proceso estuvo asociado a
la revisión de expectativas sobre rendimiento de activos reales" (1) .
En otras palabras, la crisis tuvo como resultado paradójico que, pese
a haberse originado en una exuberante irracionalidad en el
otorgamiento de créditos sin garantías de repago, especialmente en
Estados Unidos, y haberse expandido de allí a todos los dispositivos
de crédito y de inversión en los que ellos se apalancaban, los agentes
económicos mundiales, públicos y privados siguieron considerando que
los bonos del Tesoro estadounidense constituían el mejor refugio. Solo
a medida que la crisis hizo su camino se fueron decidiendo los
instrumentos monetarios y concretos para enfrentarla y se tomó
conciencia de su fisonomía y probable alcance. Que la primera reunión
del G-20 se haya realizado en Washington, con el presidente George W.
Bush como anfitrión, cuando ya había sido elegido su sucesor Barack
Obama, conspiró seguramente contra su alcance. Así, se limitó a dar
una señal de que los líderes del mundo tomaban nota de la gravedad de
la crisis y se comprometían a no caer en el proteccionismo y a
coordinar políticas financieras. La reunión del G-20 del 2 de abril de
2009 en Londres corroboró lo que el presidente Obama había decidido en
el plano interno al nombrar como los gerenciadores de la economía
estadounidense a Tim Gersthein y a Larry Summer –dos activos
funcionarios en el diseño e instauración de la globalización
financiera–: que la salida de la crisis se haría por medio de un
service a la economía global pero sin redefinir los fundamentos de su
funcionamiento. En Londres, pese a los enfrentamientos previos en los
que Francia y Alemania rechazaban la implementación de paquetes de
estímulo y abogaban por una regulación estricta del sistema
financiero, los países del G-20 decidieron que el FMI manejara la
mayor parte de los 1,1 billones de dólares con que se amplió el
presupuesto de los organismos internacionales. Se alejó así la
posibilidad de un Bretton Woods II que había entusiasmado a Sarkozy y
Brown en Washington, y terminaría de desecharse en la reunión del G-20
de Pittsburgh, ya con Barack Obama en uso pleno de su liderazgo.
Estados Unidos avaló allí la solicitud de los BRIC (Brasil, Rusia, la
India y China), que en una reunión previa habían acordado solicitar
mayores cuotas de participación en los organismos internacionales,
para reflejar la importancia de la participación de sus economías en
el PIB mundial, y como condición para su contribución monetaria a los
planes de estímulo. Además de acordar que el G-20 reemplazara al G-8
como foro económico global, los países miembros se comprometieron en
Pittsburgh a elevar al menos a 5% la cuota de participación de los
países emergentes en el directorio del FMI. La discusión sobre las
reformas específicas quedaron para la reunión del FMI, pero los medios
de comunicación se hicieron eco de las protestas de Francia, Alemania
y Gran Bretaña por la intención adicional de Washington de reducir los
directores de ese organismo de 24 a 20. Los países de Europa apoyaban
la reforma del FMI, pero no a expensas de sus votos, e incluso habían
considerado que Estados Unidos resignaría el poder de veto que tiene
de hecho (ya que posee 17% de los votos y muchas de las decisiones del
organismo necesitan de una supermayoría de más de 85%) (2). Sin
embargo, el gobierno de Obama consideró que el mantenimiento de esa
participación representaba ya una concesión importante, dado que el
porcentaje se encuentra muy por debajo de la participación
estadounidense en el PIB global. De este modo, los reacomodamientos en
el tablero del poder mundial ganaron protagonismo a expensas de la
relevancia y la necesidad de una nueva regulación financiera mundial,
del control de los paraísos fiscales y de los auspicios de fundar las
bases de una economía global sustentable y ecológica. La crisis
representó una oportunidad para el sinceramiento institucional de los
cambios en el nuevo tablero del poder mundial, pero esto no significa
que los países emergentes pretendieran redefinir en profundidad el
sistema que ha permitido su ascenso económico. Estos han demostrado la
fortaleza de sus economías para resistir la recesión global e
inclusive su capacidad para seguir creciendo, en fuerte contraste con
la situación en la mayoría de los países desarrollados. Pero el
colapso de las exportaciones, tanto de productos elaborados como de
commodities, los ha golpeado con dureza y ha resultado un incentivo
adicional para lanzarlos a jugar su papel de actores globales. Lo
sucedido en la cumbre del G-20 de Pittsburgh brinda entonces algunas
claves de lo que podría ser un nuevo orden mundial, cimentado sobre la
base de un renovado "realismo estadounidense" y un cauteloso
multilateralismo de los BRIC (especialmente China), que promete
eclipsar el papel que ha tenido hasta el momento Europa. La
redefinición del tablero mundial supone asimismo una redefinición de
las alianzas dentro de América Latina. Brasil, como potencia dominante
de la región y actor global por derecho propio, ha dado muestras de
reconocer que su eventual liderazgo deberá ser construido sobre la
base del apoyo de sus vecinos más importantes. De allí que haya
rechazado la sustitución del G-20 por un G-14 conformado por los
países del G-8 más Brasil, Sudáfrica, China, la India y México, a los
que se sumaría Egipto. Por otra parte, a pocos días de finalizada la
cumbre de Pittsburgh, el gobierno brasileño hizo saber que pediría en
la próxima reunión del G-20 una silla en representación de los países
que integran el G-24, entre ellos Venezuela, Irán, Pakistán, Perú,
Filipinas y países africanos como Costa de Marfil, Gabón o Ghana, en
abierta exploración de los límites del "nuevo realismo" de Estados
Unidos –que Brasilia también ha puesto a prueba en su rechazo a la
instalación de bases militares estadounidenses en Colombia–. Se da
entonces a escala global una situación que avala alianzas y conflictos
diferentes según sean las cuestiones en pugna, lo que significa tanto
una ampliación del menú de opciones para los países latinoamericanos
como una etapa marcada por los vaivenes en política exterior. En
definitiva, el futuro inmediato de las relaciones mundiales no parece
darse en los términos de un mundo unipolar, dominado por una potencia
hegemónica, o un mundo multipolar, con varias regiones en equilibrio
mutuo; la dicotomía entre un universo o un pluriverso, como lo
prefiguró Carl Schmitt (3) . Lo que enfrentamos, en cambio, es una
creciente multidimensionalidad global, en donde conviven caóticamente
diferentes situaciones sumamente fluidas. Situaciones que, más allá de
la autoimpuesta retórica de la cooperación que demanda la tranquilidad
de los mercados, implican esencialmente conflictividad. Aunque es
imposible hablar de un renacer de la geopolítica, ya que bajo su
reinado los Estados eran los protagonistas privilegiados –y hasta la
guerra entre ellos se atenía a una juridicidad efectiva–, hoy se nos
presenta el espectáculo de una globo-política, resultado inestable de
interacciones complejas en las que participan Estados nacionales,
organizaciones subestatales, organizaciones de la sociedad civil,
organizaciones internacionales y corporaciones globales. Sin embargo,
es necesario tener muy en cuenta que el ingreso de la globalización en
esta nueva fase opera en un mundo subdividido políticamente en
territorios –fenómenos que todavía se denominan Estados– donde las
ciudadanías nacionales hacen responsable de todo lo que les acontece a
sus respectivos gobiernos, especialmente de las cuestiones negativas.
En esta globo-política se vuelve clave el control de los recursos
energéticos, de la producción de alimentos y del agua, lo que permite
avisorar tanto la oportunidad de Latinoamérica para crecer y
desarrollarse en la economía global, como los desafíos de toda índole
que deberán enfrentar sus países.

(1) D. Heyman y A. Ramos: "Macroeconomía de la crisis internacional"
en Leonardo Bleger et al.: Crisis global: una mirada desde el Sur.
Origenes y enseñanzas del crac financiero, Capital Intelectual, Buenos
Aires, 2009.

(2) V. por ejemplo Edward Luce: "Tensions over IMF threaten to mar
G20" en Financial Times, 25/9/2009.

(3) El nomos de la tierra en el derecho de gentes del jus publicum
europaeum, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1979.

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